NOSTALGIA A NTRO. PADRE JESÚS
(En recuerdo de aquella bendita, insigne y venerada imagen de Ntro. Padre Jesús que fue incendiada por los agitadores en 1936)
¿Vamos al Convento, compadre?
Compadre, vamos al Convento,
que el sermón va a empezar,
y escucharemos el Pregón,
que no me lo quiero perder
porque es el más hermoso
que en La Puebla se puede ver.
Y ya han entrado en el Convento
el Cristo y la Soledad,
así que ya el Sermón
pronto va a comenzar.
Canta Carmelita Moreno,
Antonio Triguero “El Pollo”,
Venancio, el panadero,
y el de las cabras, Manolo.
Cantaron el Pregón de Judas,
la Oración en el Huerto,
la Sentencia de Pilatos
y la del Ángel, con talento.
¿Quién predica en el sermón?
Creo que el Padre Fernando,
el carmelita de Osuna
que predicó la novena,
y habla como los ángeles,
y habla con tanto amor,
que, cuando trata de Jesús,
lloramos de emoción.
Viernes Santo de madrugada,
y las puertas del Convento
de par en par se abrían,
y salía la imagen
de Nuestro Padre Jesús,
que le ayudaba el Cirineo
porque no podía con la cruz;
y hay un silencio en la plaza,
y el gentío, emocionado,
escuchando las saetas
entre sollozos y palmas.
En filas, los nazarenos,
con las colas extendidas
y los cirios mirando al cielo.
Detrás, María, su madre,
la Virgen de los Desamparados,
morena y muy sencilla,
iba sola, tan solita:
San Juan no la acompaña,
ningún palio la cobija.
Se me vienen a la memoria
los “pedidores” de Jesús,
con la cara descubierta,
y con túnica de nazareno,
entre ellos “El Kiko”,
Pepe “Homa” y Juan Lobato,
y otros que ya no recuerdo,
con aquella voz ronca y fuerte:
“¡Nuestro Padre Jesús Nazareno!”
Estas voces se oían
al terminar la saeta
que cantaba el saetero,
y presentaba la bandeja
y le echaban dinero.
En la guerra con Marruecos,
en el año veintiuno,
en Melilla y el Gurugú,
los soldados de La Puebla
recordaban a Jesús
cuando salía el Viernes Santo
por las calles de La Puebla,
y lloraban de emoción,
recordando la llegada
a la calle de la Cruz,
y el sol iluminando la cara
a Nuestro Padre Jesús.
Y en el campo de batalla,
también saetas cantaban,
y le pedían a Jesús
que la vida les salvara.
En la calle Victoria,
recuerdo emocionado
cuando Juanillo Tambora,
el viejo blanqueador,
con la camisa morada
y un pañuelo en la mano,
porque, mirando a Jesús,
lloraba y le contaba sus penas,
hablándole de tú a tú.
Y yo, con atención los miraba,
y parecía que Jesús
le sonreía y le escuchaba.
Siendo yo aún un chiquillo,
mirándolo cara a cara,
yo me ponía delante,
y me seguía con la vista,
con amor, a todas partes.
Y, recordando su rostro,
algo duro de expresión,
parecía no estar conforme
con su tragedia y su pasión.
Tenía unas manos divinas,
tan finas y tan perfectas
que cogía la cruz
con ternura y gentileza.
Se habría salvado la imagen
de aquel fuego tan traidor,
si aquellos antiguos hermanos
le hubieran tenido más amor,
y lo rescataran de las llamas
que el rencor provocó.
Recordando las saetas
antiguas que aquí se cantaban,
con aquellas hermosas letras,
que de emoción se lloraba.
“De oro son las potencias,
y la corona de espinas
tú la llevas con paciencia
sobre tu espalda divina
la cruz de la penitencia”
Febrero de 1993