MI NIETO COSTALERO

Mi nieto José Antonio

está loco de contento,

porque ha sido costalero

de la Reina de los Cielos.

Jueves Santo en la noche,

por las calles, en silencio

caminaba la Soledad:

la llevan los costaleros.

Fuiste la primera vez

un valiente costalero,

y llevaste a tus espaldas

a la Reina de los Cielos.

Ella, desde el Cielo,

con amor te bendecirá:

la llevaste en tus hombros,

con cariño y bondad.

Mi nieto es tan cofradiero,

que Dios le ha dado ese don,

para que recuerde en la vida

que su abuelo le ayudó.

Yo quisiera, Madre mía,

llevarte por un sendero

de rosas y de claveles,

meterme en las trabajaderas,

y ser tu fiel costalero.

Dame fuerzas y voluntad,

para que te pueda llevar

sobre mis hombros de acero,

Virgen de la Soledad.

Costaleros, consolad

a Nuestra Madre Soledad,

que es tan grande su dolor

que no para de llorar.

Yo te consuelo a ti, Madre,

y que no llores ya más;

mientras mis hombros resistan

te llevaré por mi pueblo

con amor y humildad.

Costaleros por amor,

que llevais a la Soledad,

mecedla antes de que llore,

que se pueda consolar.

Madre de la Soledad,

qué solita te dejaron

cuando a tu Divino Hijo

los judíos lo enclavaron.

Por ser la primera vez,

Madre, que yo a ti te llevo,

te llevo en el corazón,

por el amor que te tengo.

Tu bisabuela Rosario,

que en el Cielo estará,

al ver que tiene un biznieto

tan cofrade y sevillano,

seguro que se alegrará.

Semana Santa 1997

EN UNA SILLA DE RUEDAS CAMINA UN NAZARENO

(Para Juan Diego, con un abrazo)

Mañana del Viernes Santo,

en una silla de ruedas

camina un nazareno

con la túnica morada

de Jesús el Nazareno.

Lleva carita de pena

y mirada de humildad;

tiene veintidós años

el buenísimo chaval.

Y le cuelga un escudo

y también un cinturón,

y un amor tan inmenso

a Jesús el Redentor.

Y mira al Nazareno,

y sonríe con bondad,

y le dice muy bajito:

“¿Padre, cuándo me vas a curar?”

Y se fija en su rostro,

que lo tiene ensangrentado,

con la corona de espinas

que en la frente le clavaron.

¡Quién pudiera algún día,

Padre, ser tu costalero,

y llevarte sobre mis hombros

por un camino de espuma;

y hacerte blando el sendero,

y llevarte sobre mis espaldas

por las calles de mi pueblo!

El joven ha sonreído,

y lo mira con ilusión,

y le dice:”Padre mío,

cómo te quiero a ti yo”.

Y piensa también, muy serio,

en su padre natural,

y el cariño que le tiene;

y en el que está en el Cielo

que es su Padre Celestial,

y sueña que algún día

el Señor lo curará.

El joven, que va sufriendo,

suspira con dolor,

y cuando mira al Nazareno

se le parte el corazón.

Y va pasando Jesús

por las calles del pueblo,

y en sus hombros lo llevan

los valientes costaleros.

Un saetero que canta

- y canta con emoción -

le canta esta saeta,

que le sale del corazón:

“¡Padre Jesús Nazareno,

ten piedad y compasión

de este muchacho tan bueno,

y dale tu bendición!

Semana Santa 1997

EL PEQUEÑO COSTALERO (Tema verídico)

(Para Antonio Sánchez Sánchez, entusiasta costalero y futuro buen cofrade, biznieto de Juan Tambora q.e.p.d., persona simpática de La Puebla)

Madre, yo quiero ser costalero

de Nuestro Padre Jesús,

y meterme en su paso

con el peso de la cruz.

Yo te quisiera llevar

con mis hombros tan pequeños,

y hacerte caminar

por las calles de mi pueblo.

A Jesús de Nazareno,

madre, yo quiero llevar;

es la ilusión de mi vida,

y toda mi felicidad.

Yo lloro, Padre, al verte,

con tu paso tan hermoso,

porque te quiero llevar,

pero tengo poca fuerza,

y también poca edad.

No puedo aguantar ya, madre,

que yo no pueda llevar

a Nuestro Padre Jesús,

que lo quiero de verdad.

Enfermo yo te llevaba

con cariño y amor,

porque sé que me curabas

dándome la bendición.

En tu paso me metí

y mi madre me buscaba,

y yo, loco de alegría,

porque a Jesús yo llevaba.

¡Ay, Jesús Nazareno,

no me importa llorar

cuando te veo en el paso,

y no poderte llevar!

Dame una oportunidad,

capataz,

que lleve yo a Jesús,

que también es Padre mío,

y eso lo sabes tú.

Cuando te miro la cara,

y la veo ensangrentada,

lloro de rabia y coraje

por no poderte llevar.

Dame fuerzas , Jesús,

para llevarte en mis hombros,

como la tuviste tú,

caminando al Calvario

“cargaíto” con la cruz.

Saetas a ti te cantaban,

y el gentío te aplaudía,

y yo, soñando, pensaba

que pronto te llevaría.

Gracias a ti, madre querida,

que, con cariño y amor,

me metiste en la sangre

mi cariño al Señor.

Abril 1995

A LOS SUFRIDOS COSTALEROS

DE NTRO. PADRE JESÚS DE NAZARENO

(Para todos los costaleros que, por su avanzada edad, tuvieron que dejar de serlo)

Soy costalero, Señor,

de La Puebla de Cazalla,

y te llevaré en mis hombros

por donde quiera que vaya.

Te llevaré en mis hombros

haciéndote blando el sendero;

cuando te miro a la cara,

¡tú eres el que más quiero!

Bajo tu paso me metí

todo lleno de emoción:

en mis espaldas llevaba

al Divino Redentor.

Entré en las trabajaderas,

y sentía yo los quejidos

de tu sufrido dolor

de tu cuerpo malherido.

Con mis hombros maltrechos,

y todo lleno de llagas,

pero contento por amor,

con dolor por ti lloraba.

Por un sendero de espuma

quiero llevarte, Padre mío,

que no tropiecen tus pies

con las piedras del camino.

Por las calles de mi pueblo

con amor yo te llevaba,

escuchando en silencio

las saetas que te cantaban.

La sangre a mi me brotaba

de mis hombros malheridos,

y, mirándote, pensaba

que no te habían comprendido.

Sobre mis hombros de acero,

con cariño y con amor,

caminábamos por las calles,

con tu angustia y tu dolor.

Dolor de verte, Padre mío,

con tu cara ensangrentada;

dame salud y fuerzas

para poderte llevar

por las calles de mi pueblo

con amor y humildad.

Semana Santa de 1995

A LOS COSTALEROS DE LA STMA. VIRGEN DE LAS LÁGRIMAS

Por un sendero de espuma,

Madre, quisiera llevarte,

con cariño y con amor,

¿qué más puedo yo a ti darte?

El gentío te aplaudía,

las saetas se escuchaban,

y todos los costaleros

con cariño te llevaban.

Y yo, debajo del paso,

escuchando tu dolor,

mientras llorabas con pena

por tu hijo, el Redentor.

¡Al cielo con ella!,

nos grita el capataz,

y es tan grande su emoción

que hasta nos hace llorar.

Mi hombro ensangrentado

y todo lleno de llagas,

y tú, con pena y dolor,

a Jesús tú le llorabas.

Tus lágrimas, Madre mía,

son perlas de gran valor;

sobre mis hombros te llevo

meditando en tu dolor.

Sobre tu corazón herido,

las lágrimas te brotaban

de tus ojos, tan divinos,

y por tu cara resbalaban.

Por tu cara resbalaban

esas lágrimas tan divinas,

que se convierten en platino

cuando, con amor, se miran.

Madre, da pena verte

con tu angustia y tu dolor,

tú, que nos diste la vida

y nos diste un Salvador.

La vida yo la daría

por no verte llorar,

y te llevaría en mis hombros

por toda la eternidad.

Que tus lágrimas divinas

las pueda yo consolar

desde las trabajaderas,

con cariño y humildad.


Abril De 1995

CANTO A LA STMA. VIRGEN DE LAS LÁGRIMAS

Madre mía de las Lágrimas,

bendita entre las flores,

eres el lucero del alba

que camina por la Puebla

entre saetas y palmas.

Son tus lágrimas de pena,

que llora tu corazón,

cuando pasas por La Puebla,

caminas con tu dolor,

y te lloran hasta las piedras.

Lágrimas en tu dolor,

pena al verte, Madre mía,

porque a tu hijo Jesús

lo azotan y lo condenan,

y lo cargan con la cruz.

Sangre en tu corazón,

Madre mía de las Lágrimas,

al ver a tu hijo Jesús,

que, sin aliento y sin fuerzas,

va cargando con la cruz.

Madre mía de las Lágrimas,

llorando vas por La Puebla,

buscando a tu hijo Jesús,

que, entrando en el convento,

te lo encuentras con la cruz.

Semana Santa 1994

NOSTALGIA A NTRO. PADRE JESÚS

(En recuerdo de aquella bendita, insigne y venerada imagen de Ntro. Padre Jesús que fue incendiada por los agitadores en 1936)

¿Vamos al Convento, compadre?

Compadre, vamos al Convento,

que el sermón va a empezar,

y escucharemos el Pregón,

que no me lo quiero perder

porque es el más hermoso

que en La Puebla se puede ver.

Y ya han entrado en el Convento

el Cristo y la Soledad,

así que ya el Sermón

pronto va a comenzar.

Canta Carmelita Moreno,

Antonio Triguero “El Pollo”,

Venancio, el panadero,

y el de las cabras, Manolo.

Cantaron el Pregón de Judas,

la Oración en el Huerto,

la Sentencia de Pilatos

y la del Ángel, con talento.

¿Quién predica en el sermón?

Creo que el Padre Fernando,

el carmelita de Osuna

que predicó la novena,

y habla como los ángeles,

y habla con tanto amor,

que, cuando trata de Jesús,

lloramos de emoción.

Viernes Santo de madrugada,

y las puertas del Convento

de par en par se abrían,

y salía la imagen

de Nuestro Padre Jesús,

que le ayudaba el Cirineo

porque no podía con la cruz;

y hay un silencio en la plaza,

y el gentío, emocionado,

escuchando las saetas

entre sollozos y palmas.

En filas, los nazarenos,

con las colas extendidas

y los cirios mirando al cielo.

Detrás, María, su madre,

la Virgen de los Desamparados,

morena y muy sencilla,

iba sola, tan solita:

San Juan no la acompaña,

ningún palio la cobija.

Se me vienen a la memoria

los “pedidores” de Jesús,

con la cara descubierta,

y con túnica de nazareno,

entre ellos “El Kiko”,

Pepe “Homa” y Juan Lobato,

y otros que ya no recuerdo,

con aquella voz ronca y fuerte:

“¡Nuestro Padre Jesús Nazareno!”

Estas voces se oían

al terminar la saeta

que cantaba el saetero,

y presentaba la bandeja

y le echaban dinero.

En la guerra con Marruecos,

en el año veintiuno,

en Melilla y el Gurugú,

los soldados de La Puebla

recordaban a Jesús

cuando salía el Viernes Santo

por las calles de La Puebla,

y lloraban de emoción,

recordando la llegada

a la calle de la Cruz,

y el sol iluminando la cara

a Nuestro Padre Jesús.

Y en el campo de batalla,

también saetas cantaban,

y le pedían a Jesús

que la vida les salvara.

En la calle Victoria,

recuerdo emocionado

cuando Juanillo Tambora,

el viejo blanqueador,

con la camisa morada

y un pañuelo en la mano,

porque, mirando a Jesús,

lloraba y le contaba sus penas,

hablándole de tú a tú.

Y yo, con atención los miraba,

y parecía que Jesús

le sonreía y le escuchaba.

Siendo yo aún un chiquillo,

mirándolo cara a cara,

yo me ponía delante,

y me seguía con la vista,

con amor, a todas partes.

Y, recordando su rostro,

algo duro de expresión,

parecía no estar conforme

con su tragedia y su pasión.

Tenía unas manos divinas,

tan finas y tan perfectas

que cogía la cruz

con ternura y gentileza.

Se habría salvado la imagen

de aquel fuego tan traidor,

si aquellos antiguos hermanos

le hubieran tenido más amor,

y lo rescataran de las llamas

que el rencor provocó.

Recordando las saetas

antiguas que aquí se cantaban,

con aquellas hermosas letras,

que de emoción se lloraba.

De oro son las potencias,

y la corona de espinas

tú la llevas con paciencia

sobre tu espalda divina

la cruz de la penitencia”

Febrero de 1993