UN COSTALERO EN EL CIELO (Dramatización)

(A ti, costalero de La Puebla,

que sobre tus espaldas de acero,

llevas por La Puebla

a Jesús el Nazareno.)

Era un día cualquiera del año. Acababa de dejar esta vida un costalero de la Puebla, un costalero que todos los Viernes Santos llevaba a Nuestro Padre Jesús en sus hombros, con amor, y desinteresadamente. Éste llega al Cielo, y, llamando a la puerta, abre San Pedro, que le pregunta:

- ¿Quién eres?

- Soy un costalero de La Puebla.

- ¡Pasa! - responde San Pedro.

El costalero entra en el Cielo, y se encuentra inesperadamente con Jesús Nazareno. Dirigiéndose a él, le dice:

-¡Ay, Señor,

que yo fui tu costalero!

Viernes tras Viernes Santo,

te he llevado en mis hombros

por las calles de mi pueblo.

Arriba tú, abajo yo,

lleno de llagas y sudor,

pero contento y conforme

porque te llevaba a ti,

Padre mío Redentor.

Ay, Señor,

sobre mis hombros de acero,

yo te llevaba a ti,

con cariño y con amor,

haciéndote blando el sendero.

Costalero tuve que ser

al presenciar aquella escena

de los antiguos costaleros

que se negaban a llevarte,

por el maldito dinero.

Ante aquel acto inesperado,

bajo tu paso me metí,

llorando de emoción,

y, pidiéndote clemencia,

y, pidiéndote perdón,

para aquellos costaleros,

que , sin piedad ni devoción,

se negaban a llevarte

siendo tú el Hijo de Dios.

Y te llevamos triunfante

por las calles de mi pueblo,

entre saetas y flores,

y marchas de campanilleros,

hasta que, a las tres de la tarde,

entrabas en el Convento.

Desaparece Jesús entre nubes, dando la bendición al costalero, que es rodeado de nubes celestiales. El costalero da unos pasos por el Cielo, y aparece entre nubes celestiales la Virgen de las Lágrimas, con su belleza divina de Reina y Madre. El costalero, emocionado al verla, le dice:

-¿ No te acuerdas, Señora,

que yo también fui tu costalero?

Quiero verte, Madre mía,

y estar contigo en el Cielo.

Arriba, fuiste la flor,

y yo, abajo, la tierra,

y te llevaba con amor

por las calles de la Puebla.

Y el gentío te aclamaba,

las saetas se oían,

y todos los costaleros

con cariño te mecían.

Abajo, pensando en tu pena,

con sentimiento y dolor,

cuando viste a Jesús,

al que los judíos cargaban

con una pesada cruz.

Y en el monte del Calvario,

el centurión se acercaba,

y, en su divino costado,

una lanza le clavaba.

Desaparece la Virgen sonriendo dulcemente, llena de alegría, y aparece un coro de ángeles que, rodeando al costalero entre nubes celestiales, lo conducen a la Corte Celestial, oyéndose mientras tanto,en la lejanía, la marcha procesional “Amargura”.


Agosto de 1.992