UN LUCERO COFRADIERO
“Madrugá” del Viernes Santo,
se ve un lucero en el cielo
que brilla como ninguno,
iluminando este pueblo.
Tiene cosas este lucero
que no las tienen los demás:
brilla en el firmamento,
y deja también de brillar.
Son las seis de la mañana,
y se abren las puertas
de la iglesia del Convento,
y aparece la imagen
de nuestro Jesús Nazareno,
humilde y dolorido
después de grandes tormentos.
Y pasa la Cofradía
por las calles de mi pueblo;
los nazarenos en filas,
a su paso, y en silencio.
Vienen aires de saetas.
¿No sabes quién cantará?
¡La canta desde los cielos
un lucero celestial!
Desde la altura se oye
una voz sentimental:
¡Para el paso, capataz,
que quiero verle la cara
a Nuestro Padre Jesús,
e iluminar las heridas
que le hicieron los judíos
antes de coger la cruz!
Y hay una madre que llora,
y abre un arca con dolor,
y mira la túnica morada,
el escudo y el cinturón,
recordando esta fecha:
que todos los Viernes Santos
su hijo siempre los llevó.
Y la coge entre sus manos,
y la estruja con amor,
le da mil besos llorando,
y llora sin compasión;
y continúa en sus manos
con la túnica bendita,
recordando con cariño
los besos que ella le daba
a su hijo desde niño...
Mañana del Viernes Santo:
ya viene la Cofradía,
ya se acerca el Nazareno
a bendecir a aquella madre,
que el Señor se llevó a su hijo,
y lo convirtió en lucero.
Viernes Santo en la tarde:
ya no brilla el lucero,
porque ha entrado Jesús
en la iglesia del Convento.
Semana Santa 1997